lunes, 23 de julio de 2007

Un país feliz... y seguro

La televisión en México es básicamente mala, sintetizando sus múltiples vicios y lo que en torno a ella gira (podríamos mucho del canal 22, algunas del 40 –antes- y del 11). Sin embargo, esta descripción, de antemano obvia, no debe hacernos evadir opiniones a temas serios que ocasionalmente pueda sacar al debate.
Todo esto lo digo por un programa que salió hace unas horas en el canal 34, llamado “Va en serio”. El programa tiene un formato muy simple: un periodista que en esta emisión, micrófono en mano, interrogaba a un policía que, como sabemos quienes vivimos en el D.F. son unos ineptos, por decir lo menos. Lo persigue reclamándole que haga algo con una persona que trataba de pintar alguna frase en el pavimento cerca del Ángel de la Independencia, además, había muchos coches estacionados en lugar prohibido -¡3ª fila sobre la glorieta!-, y todo esto sucedía previo a una marcha en respuesta a la reforma de ley del ISSSTE. Lo curioso es que todas las quejas de las personas que acompañaban al periodista –un diputado o otro funcionario público- iban contra el Gobierno del D.F., en un tono que me parecía bastante partidista... esto es tema a discutir después.
Es otra la que quiero, pues, me parece más profundo y que nos dirá algo sobre la temida –por los ciudadanos, claro está- policía mexicana.
El historiador Eric Hobsbawm, en una conferencia titulada “La barbarie: guía del usuario”, que a su vez aparece en su libro Sobre la historia, hace una muy interesante reflexión sobre la violencia a lo largo de distintos periodos, sobre todo en el siglo XX. Aparecen apuntes sobre al guerra, así como su agudización y transformación en lo que se conoce como “guerras totales” a partir de la 1ª Guerra Mundial y su apoteosis a partir de la 2ª Guerra Mundial, para llegar a muy interesantes observaciones sobre al tortura en conflictos políticos posteriores. El texto, muy breve y teniendo como hilo conductor lo que Hobsbawm considera el avance de la barbarie en el siglo XX, me parece que debe ser leído por cualquier persona y sobre todo quienes están interesados en los Derechos Humanos y la represión política.
¿Qué tienen que ver los policías del D.F. con el historiador inglés? En el trabajo mencionado se cita a su vez a un autor llamado Michael Ignatieff. Me tomaré la libertad de citar el texto, ya que aunque siendo larga la cita me parece justificada, esperando se vea a lo que quiero llegar. Cito:
“Permítaseme aclarar la primera forma de avance de la barbarie, es decir, lo que sucede cuando desaparecen los controles tradicionales. Michael Ignatieff, en su reciente libro Blood and Belonging, señala la diferencia entre los pistoleros de la guerrilla kurda en 1993 y los puestos de control en Bosnia. Con gran percepción ve que en la sociedad sin estado de Kurdistán todo varón recibe un arma de fuego cuando llega a la adolescencia. Ir armado significa sencillamente que el chico ha dejado de ser niño y debe comportarse como un hombre. «El acento de significado en la cultura de arma del fuego refuerza de este modo la responsabilidad, la sobriedad, el deber trágico.» Las armas se disparan cuando hace falta. Al contrario, desde 1945 la mayoría de los europeos, incluidos los de los Balcanes, han vivido en sociedades donde el estado gozaba de un monopolio de la violencia legítima. Al derrumbarse los estados, se derrumbó también dicho monopolio. «Para algunos jóvenes europeos, el caos resultante de [este derrumbamiento] ... ofrecía la oportunidad de entrar en un paraíso erótico del “todo está permitido”. De ahí la cultura semisexual y semipornográfica de las armas de fuego en los puestos de control. Para los jóvenes había una carga erótica irresistible en el hecho de tener un poder letal en las manos» y usarlo para aterrorizar a los indefensos.”
Esta cita nos permite hacer algunas analogías entre las fuerzas públicas que sufrimos y las que Hobsbawm menciona como segundo ejemplo. Teóricamente, el Estado Moderno nace de la necesidad de garantizar seguridad a los ciudadanos sobre su vida y sobre su propiedad. Esto es muy claro en autores como Hobbes y Locke. Podríamos ir mucho más atrás y ver cómo, desde la edad media, se ve a la guerra, extremo de la violencia, como un medio para asegurar la paz, habiendo un estricto código para que se llevara a cabo y siempre tratando de que fuese sin daño de los civiles.
Se puede alegar que mucha esclavitud surgió de distintas guerras, lo cual es cierto. No obstante, incluso esto fue parte de la teoría de la guerra justa, ya que la servidumbre obedecía a la idea de no cobrar vidas humanas en la medida en que fuera posible.
Esto muestra la importancia que tenía la responsabilidad al ejercer el uso de la fuerza. Quien tenía el arte para matar o someter debía a la vez saber usar de aquél prudentemente y sólo contra iguales. Era, pues, una responsabilidad que implicaba un mínimo de virtud, como bien muestran los ideales de la caballería y la milicia.
Veamos ahora el caso expuesto por nuestro historiador. Hay una simbología barata en quien no ve el uso de la fuerza como una responsabilidad. Me parece que la forma en que lo dice Hobsbawm nos es muy útil para nuestro problema de autoridades policiacas, muy cercanas a los burdos adolescentes descritos arriba.
Vemos a estos personajes, normalmente de bajo estrato social, poco letrados y normalmente analfabetas –lo que no es por sí mismo algo malo, aunque no deseable-, prepotentes, corruptos y dispuestos a obtener ganancias del arma que es parte de su equipo de trabajo.
Las matemáticas son frías y en este caso nos aplastan. Existe un Índice de percepción de la corrupción publicado por Transparencia Internacional, que desde 1995 publica dicho índice. En esta lista, hasta 2005, como cualquiera puede comprobarlo en internet, los 10 países menos corruptos entre los encuestados son los siguientes:
Islandia, Finlandia, Nueva Zelanda, Dinamarca, Singapur, Suecia, Suiza, Noruega, Australia y Austria.
México tiene el honroso lugar 66 de 159.
¿Qué nos dice esto?
Ni al caso ahondar mucho en que, para orgullo de nuestro gobierno tan transparente en su triunfo electoral, somos la economía número 13 del mundo. Sería bueno que este lugar fuera el mismo en el rubro de transparencia, lo que nos pondría en el lugar de Luxemburgo, cerca de Canadá (lugar 14), Alemania (lugar 16) y nuestro tan imitado vecino, Estados Unidos (lugar 17).
No quiero pensar cuál es la situación del último lugar, que es Chad (¿Saben en dónde está? Respuesta: País de África Central, excolonia francesa liberada hasta 1969 que dejó atrás el régimen de partido único hasta 1992.)
Pero volvamos a nuestro tema, que son nuestros “guardianes”. No necesito describir el comportamiento al volante de nuestros policías –como los que vi el otro día “manejando” en el carril de metrobus-, ni la extorsión que es su complemento salarial. No digamos su participación con bandas de secuestradores.
Aclaro, lejos estamos de un “erotismo” –si entendemos con ello algo sutil- con estos personajes, salvo de alguna sensación de poder que llena sus mentes y los vuelve uno de los grandes peligros de este país.
La discusión sobre lo malo de sus salarios, me parece, no soluciona nada. Mucha gente gana incluso menos, pero no creo que se dedique a extorsionar a la gente por eso. No creo que haya justificación para ello y me disculpo por creer en la importancia de la ética en el ejercicio de cada profesión y por querer vivir un lugar habitable en el que pueda vivir sin el miedo del que habla Hobbes en el Leviatán.
Con esto surge una pregunta muy seria que parece rondar siempre mi cabeza: ¿Para qué queremos la política y el Estado? ¿Para qué fundamos una sociedad?
Sinceramente, y es opinión personal, no me parece bien vivir en un lugar donde al fuerza solucione siempre nuestros conflictos. Creo en el uso de la fuerza, pero como medio para mantener un mínimo de orden. Se trata de un delicado, ya que no me refiero a un orden llano en el sentido de que, votamos para un México en paz y esas simplezas.
Si fuese tan obvio como eso, nos hubiésemos quedado con el sistema porfirista, que, a base de milicia y grupos de exbandoleros mantuvo la paz.
Todas estas cuestione deben hacernos pensar en cuál es el sentido de una vida política y de lo que vivir en sociedad implica. Si hacer una apología raquítica de la modernidad -lo que me llevaría a un pleito interminable con mis colegas filósofos-, reconozco los logros de este complicado periodo en la historia de las sociedades, ya que gozamos de libertades y una cierta igualdad que por muchos siglos no fueron sino privilegio de unas cuantas personas. Sin embargo, es propio del ser humano pensar en lo que llamamos “el mejor de los mundos posibles”... y su contraparte, “el peor”.
Pero hay algo que no me quiero guardar: los derechos implican obligaciones, y el asumir esto es apenas una de las bases de la vida política, que parece nunca tendremos plena en esta ciudad.
Para no alargar esto más, sólo quería que, como siempre lo hemos pensado muchas personas, meditemos sobre quiénes deben y pueden tener la capacidad de cuidar el orden del lugar donde vivimos y con ello nuestra vida diaria. Quiero terminar esto recordando, por muchos motivos, “Rebelión en la granja” (Animal Farm, de George Orwell, utilizado magníficamente por Roger Waters para escribir el disco Animals de Pink Floyd), uno de mis libros favoritos. No se los contaré, es mejor leerlo, pero recordaré la forma en que el ya fallecido Orwell representaba a las capas de la sociedad: cerdos para representar a los políticos –¿Les recuerda a un tal Casterns?-, perros para las fuerzas armadas y en general la fuerza del Estado, y, lo dejo a juicio de cada quién, ovejas para la población.

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